El testamento de María: la dinastía de grandes

Es un texto bonito puesto en boca de María, la madre de Cristo, al que nunca se nombra. Ella es una madre desconcertada por la vida pública de Jesús, escéptica con su proclamada naturaleza divina. María narra algunos de los episodios evangélicos, sobre todo la crucifixión y la actitud que tuvo ella en el drama final.

Agustí Villaronga ha marcado una especie de coreografía precisa para la actriz, a la vez que le proporciona unos eficaces apoyos en el escaso mobiliario -excelente invento la mesa- y en el hermoso vestuario. Pero el montaje es un trabajo de actriz. Me recordó Blanca en algunos momentos a la gran María Casares y en otros a la no menos grande Berta Riaza. A esta última en el formidable manejo de la voz, uno de los grandes instrumentos de la actriz. Gracias al texto puede pasar de un estado de ánimo a otro sin apenas transición. Situarse en el presente para distanciar la narración o sumergirse en los acontecimientos que narra. Como buen material para monólogo, puede mostrarse escéptica o desgarrada, anonadada o dubitativa... Especialmente intenso -y gran momento de la función- es la ruptura de la "cuarta pared" para enfrentarse a los espectadores. Y luego, claro, volver a adentrarse en la ficción escénica.

El mero anuncio de esta producción desató la fiebre compradora de los espectadores. Antes del estreno madrileño ya se habían agotado las localidades para todas las representaciones en el teatro Valle Inclán, fenómeno que ya se produjo con "La vida es sueño". Resulta estimulante que el solitario nombre de una actriz sea reclamo infalible para la taquilla. En este caso, además, los espectadores no salen defraudados y creo, por la reacción el día que asistí a la función, que ven compensado con creces su interés inicial. ¿Alguna posibilidad de ampliación de la temporada o de vuelta en los próximos meses?

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Blanca Portillo en "El testamento de María"