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Lázaro Galdiano: el palacio-museo de un buscador de arte

Por Pedro Montoliú
jueves 30 de enero de 2014, 18:23h

Un palacete de principios del siglo XX, situado en la confluencia de las calles Serrano, López de Hoyos y Claudio Coello, guarda la colección privada más importante con que cuenta la capital: 12.500 obras de arte y 20.000 libros y manuscritos que fueron reunidos por el editor y millonario José Lázaro Galdiano, en sus viajes por Europa y Estados Unidos. La singularidad de la construcción -ejemplo de una arquitectura prácticamente desaparecida en Madrid- y la riqueza de una colección, que su fundador legó a su muerte al Estado español, obligan al visitante a repartir su atención entre el continente y el contenido.

  • El palacete y jardines de Parque Florido.

    El palacete y jardines de Parque Florido.
    Juan Luis Jaén

  • Salón de baile del palacete

    Salón de baile del palacete
    Juan Luis Jaén

  • Salón de honor del museo Lázaro-Galdiano

    Salón de honor del museo Lázaro-Galdiano
    Juan Luis Jaén

  • Jardín y escalinata del museo Lázaro-Galdiano

    Jardín y escalinata del museo Lázaro-Galdiano
    Juan Luis Jaén

Para profundizar en el edificio que hoy acoge el museo es obligatorio conocer la historia de su creador. De hecho, en la planta baja del palacete se pasa revista a su papel como editor, bibliófilo o coleccionista. José Lázaro Galdiano, nacido en la localidad navarra de Beire en 1862, cursó la carrera de Derecho en Valladolid y Barcelona, ciudad en la que trabajó de empleado en la sucursal del Banco de España que dirigía su tío. Alternó sus estudios con sus colaboraciones en La Vanguardia o El Imparcial donde escribió crónicas de sociedad, críticas de arte y literarias. "En 1887, con motivo de una exposición celebrada en Barcelona, supo que iba a ir Emilia Pardo Bazán y se empeñó en que se la presentaran ya que la admiraba mucho. El resultado fue un tórrido affaire entre ambos, en un momento en que la escritora ya estaba separada y mantenía una relación con Galdós", asegura Carlos Saguar, doctor en Historia del Arte y secretario, desde 1986,de la revista Goya, fundada por el primer director de la Fundación Lázaro Galdiano, José Camón Aznar.

De aquella época procedió su amistad no sólo con Pardo Bazán, sino también con los escritores Blasco Ibáñez o Narcís Oller. Pero no iba a ser en Barcelona donde Lázaro desarrollaría su actividad. En 1888 se estableció en Madrid donde creó, al año siguiente, la revista La España Moderna, tarea en la que contó con la colaboración de Pardo Bazán de la que publicó en su editorial algunas obras al igual que hizo con autores españoles como Unamuno, Echegaray, Zorrilla, Pérez Galdós, Menéndez y Pelayo, Concepción Arenal o Campoamor y extranjeros como Dostoievsky, Tolstoi, Balzac, Flaubert, Darwin, Nietzsche o Zola. La editorial puso en marcha igualmente publicaciones como La Revista Internacional, Revista de Derecho y Sociología y La Nueva Ciencia Jurídica.

La herencia recibida de su tío, la buena marcha de la editorial y los negocios en los que se embarcó a lo largo de su vida -fue consejero e importante accionista del banco Hispano Americano- le permitieron ir incrementando una importante colección de arte y de libros. "Cuando Rubén Darío le entrevistó, durante una visita a Madrid, dijo que su casa -un piso en la cuesta de santo Domingo, 16- era una de las mejores de Madrid", explica Saguar.

Una fortuna multiplicada

En 1903, la fortuna de Lázaro Galdiano, que en ese momento tenía 41 años, se multiplicó con motivo de su matrimonio en Roma con la bonaerense Paula Florido, que tenía seis años más que él y era dueña de grandes extensiones de terreno en Argentina. "Sus posesiones, que había que recorrer en tren, estaban cruzadas por varios ríos", apunta Saguar. Para esta mujer era su cuarto matrimonio, pues los tres primeros maridos habían fallecido: Francisco Ibarra, emigrante español, que había hecho una gran fortuna comerciando con cueros; Manuel Vázquez Castro "Barros", periodista gallego también emigrante y el argentino Rodolfo Gache. El primer matrimonio tuvo cinco hijos, de los que solo vivió Juan Francisco, que heredaría las estancias argentinas; del segundo, vivía una niña que se llamó Manuela, y del tercero un niño que se llamó Rodolfo.

El nuevo matrimonio decidió vivir en Madrid y para ello, el mismo año de su matrimonio, adquirió un terreno de 6.500 metros cuadrados en una zona del ensanche hasta ese momento poco desarrollada. "Entonces esto era el fin del mundo. Había algunas casas aisladas como la residencia del embajador francés o el palacio de la Huerta, donde vivía Cánovas del Cánovas, que sería demolido años después cuando se levantó la embajada de Estados Unidos. Lázaro no pudo adquirir toda la finca, pues ya había algunas casas construidas hacia General Oraá, y encargó su palacete a José Urioste que había sido el autor del Pabellón de España en la Exposición Universal de París de 1900 por el que había obtenido dos medallas de oro", dice Saguar.

Fue precisamente el tratamiento neoplateresco que Urioste le había dado a este pabellón el que llamó la atención de Lázaro, que le encargó al arquitecto proyectar un hotel en este estilo, rodeado de jardín, al que puso el nombre de Parque Florido en honor a su esposa. El problema fue que, una vez entregados los planos, arquitecto y propietario discutieron no se sabe si porque Lázaro quiso modificar el proyecto o porque quiso abaratarlo, pero el resultado fue que en 1904 el propietario le encargó el proyecto a Joaquín Kramer con el que tenía relación a través de la Institución Libre de Enseñanza para la que Kramer había proyectado el pabellón Macpherson, en la calle General Martínez Campos.

"Curiosamente, Lázaro Galdiano le pidió a este arquitecto que quitara del proyecto toda la ornamentación neoplateresca, lo que impidió que el palacio se convirtiera en la representación más importante de este estilo en Madrid", dice Saguar. Otra variación importante fue el deseo del millonario de trasladar la escalera principal a la torre con lo que perdió su carácter monumental. "Lázaro, que durante las obras vivió en Europa, controló de cerca la construcción en la que Kramer estuvo auxiliado por su sobrino José Lorite. Lo sabemos por las cartas que enviaba y que nos han permitido saber cómo iba dando instrucciones pormenorizadas sobre todos y cada uno de los elementos. Seguramente, para seguir las obras, tenía a una persona encargada de hacer fotos y enviárselas", afirma Saguar.

Como resultado de este férreo control y de un desvío de material por parte, posiblemente, de uno de los contratistas, se produjo una nueva dimisión: Kramer abandonó las obras en abril de 1906 y Lázaro tuvo que encargar el proyecto a un tercer arquitecto, Francisco Borrás, a quien el editor le había encargado el edificio de la editorial, previsto en la misma finca. "En ese momento aún quedaba mucho por construir. Incluso la cimentación del pórtico de entrada había cedido por lo que tuvo que ser rehecho de nuevo con un nuevo diseño. El problema es que a partir de 1907 la familia comenzó a residir en el edificio por lo que tuvieron que convivir casi dos años con las obras". Unas obras que también afectaban al jardín pues ese mismo año se encargaron a Alfonso Spalla su diseño y construcción. "Para entonces, Lázaro ya llevaba gastado un millón de pesetas, cuatro veces más de lo que tenía presupuestado cuatro años antes", dice Saguar.

Continuas complicaciones

La última etapa de la obra fue muy complicada. A la reconstrucción del pórtico de entrada hubo que sumar el levantamiento de los suelos tras comprobar que los obreros habían instalado mal la silolita con la que habían sido realizados. El editor los sustituyó por los actuales parqués -diferentes en cada sala- que ordenó traer de Baden Baden. Para completar la lista de desastres, la familia tuvo que sufrir los efectos de una deficiente instalación de la calefacción y de los ascensores, un adelanto que, en ese momento, pocos edificios madrileños poseían.

Más suerte tuvo el coleccionista con la decoración de los techos que encargó a Eugenio Lucas Villaamil, hijo de Eugenio Lucas Velázquez del que el coleccionista llegó a comprar hasta 70 cuadros. Lázaro decidió que, en vez de murales, se colocaran lienzos pegados a los techos. Para pintarlos habilitó el invernadero del jardín para que el artista realizara su obra, facilitándole en muchos casos, obras de su colección para que Lucas pudiera copiarlas. El coleccionista "personalizó" así las principales estancias pues le indicó a Lucas cómo quería cada pintura y quién había de aparecer en ella. Solo así se entiende que Lucas representara desde una mujer jugando al tenis hasta a Wagner escuchando cantar a Julián Gayarre, pasando por todos sus referentes en el mundo de la música -Chopin, Liszt, Rossini, Beethoven- la literatura -Cervantes, Lope, Quevedo, Homero, Victor Hugo, Zorrilla- o la pintura -Goya o Velázquez-. Paralelamente, le encargó al escultor Manuel Castaños que decorara los dinteles de las puertas con tallas de madera de sus personajes más admirados de la historia como Carlos V, los reyes Isabel y Fernando o los navegantes Magallanes o Colón.

Finalmente, Lázaro Galdiano llevó al palacio todas las obras de arte que guardaba en sus domicilios de soltero, y las que había comprado Paula Florido que también se aficionó a coleccionar. Una vez instaladas, el 27 de mayo de 1909, el matrimonio invitó a la sociedad madrileña a la fiesta de inauguración. "Desde ese año hasta 1916 Parque Florido se convirtió en el centro de las principales fiestas de la alta sociedad a las que acudían políticos, aristócratas, literatos y miembros del cuerpo diplomático".

Los invitados aprovechaban los bailes, amenizados por el sexteto del teatro Lara contratado para la ocasión, o los descansos de las partidas de bridge, para elogiar la decoración de las salas -el salón de baile, el salón de honor, el comedor de gala, la sala de música...- y para alabar las obras que colgaban de sus paredes -desde El aquelarre, Las brujas o La era, de Goya hasta el San Francisco de Asís de El Greco, pasando por El Bosco, Zurbarán, Ribera, Murillo, Teniers, Lucas Cranach, Reynols, Constable o el círculo de Leonardo da Vinci, por no hablar del mobiliario -escritorios, mesas-, las esculturas; las cuberterías, alhajas, miniaturas, marfiles...

En la planta superior, la familia -Lázaro Galdiano, su esposa y sus hijastros Manuela y Rodolfo, ya que Juan Francisco se quedó en Argentina cuidando de las propiedades de su madre- tenía sus habitaciones privadas. "Tenían dos habitaciones cada uno, pues en verano se trasladaban al ala norte y en invierno a la sur", explica Saguar. Esta distribución se vio bastante afectada cuando en 1950 se encargó la rehabilitación tanto del palacio como de la sede de la editorial a Fernando Chueca Goitia, pues la primera planta se incorporó a la zona expositiva, al igual que la segunda donde habían estado los dormitorios del servicio y la habitación de invitados.

No vivió la familia al completo muchos años en la casa pues Rodolfo, el hijastro, falleció en 1916, cuando tenía 22 años, de una afección pulmonar; Manuela, la hijastra, falleció en 1919 pocos días después de haber alumbrado a un niño que nació muerto; y Paula, la esposa, murió en 1932, a la edad de 76 años. José Lázaro centró entonces toda su actividad en aumentar las colecciones y en preparar, en distintas ciudades, exposiciones con las piezas adquiridas. Precisamente cuando comenzó la guerra civil se hallaba en París en una exposición compuesta por sus libros -su biblioteca, hoy en el edificio de La España Moderna posee unos 20.000 ejemplares, de ellos 600 manuscritos, con obras tan importantes como la Biblia políglota (1514-1520), las cartas de Goya o Lope de Vega, el original de El Buscón de Quevedo, el testamento de Felipe II o el borrador de la Constitución de la Primera República- lo que hizo que se quedara en Francia durante toda la confrontación.

"Para él, debió ser un desgarro dejar su colección en Madrid. Pero no perdió el tiempo pues se dedicó a hacer una nueva colección que, al principio, guardaba en su hotel hasta que le indicaron que tenía que llevársela, y que luego trasladó a un convento del que era superiora una española", dice Saguar. Al finalizar la guerra civil, Lázaro pudo recuperar su colección casi en su totalidad. De los libros, que se llevaron a la Biblioteca Nacional, aún falta por devolver una parte -de hecho en 1996 se devolvió el libro del Ceremonial de los reyes de Aragón, de mediados del siglo XIV-; de los cuadros y muebles Lázaro recuperó casi todo lo que había sido llevado al museo Arqueológico, incluidas las obras de la colección expuestas en 1939 por el Tesoro Artístico Nacional en Ginebra. El palacio, que fue confiscado por la Asociación General de Actores de España de la UGT y más tarde fue sede del Gobierno Civil, no sufrió más daño que una ráfaga de disparos en la torre.

Cuando, en 1940, los alemanes entraron en París, Lázaro Galdiano, que estaba en la capital francesa, se trasladó a Estados Unidos y, de nuevo y a pesar de su edad, recorrió el país de este a oeste durante cinco años en busca de una nueva colección que se trajo a España en 1945. "No pudo, sin embargo, traerse, en vida, la colección que había hecho en Francia pues, en 1947, falleció en el palacio, a pesar de que, por entonces, vivía en el hotel Ritz de Madrid", dice Saguar.

"La colección se mantuvo unida gracias a que un día antes de morir, Lázaro dejó en testamento al Estado español todos sus bienes sin condición alguna. Su hijastro, Juan Francisco, había renunciado a todo lo que había en Madrid diciendo que eso eran 'cosas de papá y mamá'", dice Saguar. Un año después, se constituía la fundación de la que fue nombrado director José Camón Aznar quien, tras las obras de adaptación hechas por Chueca Goitia, abrió el museo en 1951. Cincuenta años después, con proyecto de Fernando Borrego, el edificio cerraba sus puertas durante tres años para renovar sus instalaciones -control de temperatura, humedad, iluminación...-, la seguridad de las mismas -vitrinas, cámaras de vigilancia o alarmas-, la accesibilidad y una mejor información y catalogación de una colección que asombra al visitante.

Recorrido, en imágenes, por el museo Lázaro Galdiano

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