Último superviviente de los grandes mercados de hierro 'a la parisién' que abastecieron Madrid a finales del siglo XIX y principios del XX, el Mercado de San Miguel -que el 13 de mayo celebra el centenario del comienzo de su construcción- ha logrado convertirse en un referente turístico apostando por la gastronomía 'gourmet' frente al decadente modelo de mercado tradicional.
Declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en la categoría de monumento, el Mercado de San Miguel es el último recuerdo de los grandes mercados de hierro de Madrid: el de los Mostenses y el de la Cebada, que fueron derribados en 1925 y 1956, respectivamente, por cuestiones higiénicas y, sobre todo, estéticas. Extrañamente, el hermano pequeño de estas dos espectaculares construcciones ha sobrevivido al peso de las modas para convertirse en un referente turístico de Madrid, al reinventar el concepto de mercado en el de 'centro cultural culinario'.
La construcción del Mercado de San Miguel comenzó en 1913 bajo la dirección de Alfonso Dubé y Díez y costó 300.000 pesetas. Quizá, gracias al retraso con que fue hecho, en relación a los de la Cebada (1875) y de los Mostenses (1876), es hoy el único mercado de hierro que se conserva en Madrid; o sencillamente, distintas circunstancias históricas han salvado de la quema a una construcción que si no recibió a Alfonso XII el día de su inauguración -como ocurrió en la del Mercado de la Cebada-, a día de hoy no deja que ningún turista se escape de Madrid sin abrir la cartera en alguno de sus 33 puestos gourmet.
Robustas columnas de hierro sostienen una espectacular cubierta que protege una planta principal de suelo de granito y marquetería de roble y cristal -donde se sitúan los puestos- y un sótano que sirve de almacén, ambos de 2.000 metros cuadrados. El origen de este tipo de arquitectura comercial hay que buscarlo en la segunda mitad del siglo XIX, cuando aparecieron los primeros pasajes comerciales, provenientes de París, que comunicaban algunas de las calles principales de Madrid en busca del comprador-transeúnte.
Aunque fracasaron, pues no lograron convertirlos en lugares de paso, favorecieron la aparición de los mercados de hierro, vista la evidente necesidad que había de cubrir los tradicionales mercadillos callejeros que ocupaban las plazas de la capital.
El antecedente más directo fue, sin duda, el levantamiento de dos crujías de hierro en 1868 en la plaza de Olavide para cubrir los cajones de comestibles que allí se instalaban. Inmediatamente después, vendrían los dos mercados de hiero más importantes: el de la Cebada (1875) y el de los Mostenses (1876). Tardíamente habría que sumar el de Olavide (1930) -volado en 1974-, y el último superviviente, el de San Miguel, que el 13 de mayo celebra cien años del comienzo de su construcción.
El gran cambio
Las décadas han pasado por este mercado tradicional en una batalla constante por evitar la decadencia a la que irremediablemente le condenaban las modernas y novedosas grandes superficies que han ido bombardeando la ciudad y cambiando para siempre los hábitos de consumo. Los más duros, sin duda, fueron los últimos años antes del gran cambio, de la reconversión. Ni siquiera el empujón que pretendió darle la Comunidad de Madrid en 1999 aprovechando fondos europeos y de los propios comerciantes para remodelarlo (1,35 millones de euros en total) evitaron que la actividad del mercado siguiera decayendo.
Finalmente, en 2003 entró en juego un grupo de particulares bajo el nombre 'Gastrónomo de San Miguel' con la pretensión de reinventar el concepto de mercado. Uno a uno y pacientemente, esta sociedad adquirió los 75 puestos que entonces ocupaban San Miguel. Cuatro años después y siempre con el Mercat de la Boquería de Barcelona en la cabeza, comenzaron unas obras que duraron 19 meses y garantizarían la supervivencia del mercado. En total, la inversión fue de 19,6 millones de euros.
Así, el mercado sufrió un lavado de cara que logró con éxito plasmar vanguardia y el modernismo de sus orígenes. Los 75 puestos tradicionales se redujeron a 33, a los que hay que sumar un espacio central polivalente para la celebración de eventos y dos barras de degustación.
Sin abandonar del todo la esencia de mercado tradicional, al producto del día a día se le añadió la categoría 'gourmet' y la garantía de calidad, es decir, el sibaritismo. El objetivo: crear un 'centro cultural culinario' donde encontrar productos frescos únicos y, además, degustaciones, catas... promovidas por tenderos especializados y entusiastas de su género.
La fórmula, un éxito. Una tendencia que ha atraído miles turistas y ha creado escuela: véase el nuevo mercado de San Antón. Las últimas cifras lo corroboran: alrededor de 85.000 personas visitan semanalmente el mercado. De ellos, el 40 por ciento de los visitantes son madrileños; un 20 por ciento son turistas nacionales y un 40 por ciento son extranjeros.
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