Teatro sobre teatro
Dos actores empiezan una representación bastante absurda. Pocos minutos después aparecen cuatro personajes enlutados. Son aquellos a los que Pirandello dejó huérfanos de autor. Quieren ofrecer al público su historia. Y lo acaban consiguiendo en una mezcla de ficción y realidad endiablada. Pronto los seis intérpretes se integran en una función única. Los personajes quieren ser ellos mismos. Los actores quieren adueñarse de su dramática historia para representarla. Violencia verbal, dialéctica y hasta física se acaba imponiendo en el cuadrilátero. El final sólo puede ser terrible.

Miguel del Arco, director y co-autor con Tejada, mueve a sus actores con una velocidad de vértigo. Y consigue que estos manejen a su antojo las emociones del espectador. Lo lleva de la carcajada al sobrecogimiento en cuestión de segundos. Actores y actrices se mezclan entre el público y así todo el recinto se convierte en escenario. Como siempre están a la vista, no pueden salir del personaje en ningún momento. Parece que Del Arco, en complicidad con Pirandello, quiere cuestionarse las formas del teatro, como ya hiciera Moratín con La comedia nueva a final del siglo dieciocho. Quizá ha llegado el momento de revisar todo lo que se hace ahora en la escena española.
Generación del relevo
Después de ver algunos de los últimos montajes teatrales de la temporada, tengo la impresión de asistir al florecimiento de una generación de actores que asegura el futuro de la interpretación. Son actores y actrices que, tras una formación ya dilatada, revientan de pronto en una exuberante primavera. Aquí Suárez, Prieto, Elejalde, Lenie, Paso y Montilla están impecables en un trabajo física y emocionalmente ímprobo. El público les aplaude con entusiasmo. Pero también he visto excelentes actores jóvenes en Los chicos de historia, en Te quiero, eres perfecto, en el María Guerrero y en las salas del Español. Por ley de vida van desapareciendo los grandes de la escena. Pero el relevo está ya sobre las tablas. Afortunadamente.