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Opinión | |||
Mississippi to Madrid y memoria de una epopeya solidaria |
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Por Miguel Ángel Almodóvar | |||
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La Organización Mundial de la Salud, OMS, ha decidido dedicar este 2020 que acabamos de estrenar a reconocer el trabajo de las enfermeras y matronas. Una labor en la que habría que destacar a centenares de miles o millones de sacrificadas profesionales que dedicaron buena parte de su vida a paliar el dolor de los demás, a intentar sanarles, a curar sus heridas, a consolar sus cuitas, a elevar sus ánimos o incluso a volverlos a la vida.
Tanto por la labor y peripecia histórica mundialmente conocidas del primer caso, como por la proximidad histórico-afectiva y desconocimiento casi generalizado del segundo, se ha considerado la conveniencia de dar a éste más potencia lumínica. La guerra cruenta que siguió al parcialmente fracasado golde de Estado del 17 y 18 de julio de 1936 partió España en dos y creó una situación extraordinariamente dispar entre los dos bandos contendientes. Mientras que en el sublevado se pudo contar desde el principio con el apoyo de las órdenes religiosas femeninas, monjas con una amplísima experiencia sanitaria, tanto en gestión, atención y formación en dispensarios, centros de salud, maternidades, hospitales civiles y militares, tales fueron suprimidas de un plumazo en el bando leal, como una de tantas formas en las que la República tuvo a bien dispararse un tiro en el pie con decisiones claramente erróneas que por ende venían a agravar el fabuloso batiburrillo que representaba un colectivo de enfermeras, matronas y practicantes en casi todos los casos afiliados a sindicatos, partidos políticos, comités y asociaciones, cuyas relaciones eran complejas, de abierta desconfianza en muchos casos o incluso de abierto y radical enfrentamiento. Con la llegada, en el otoño de 1936, de las Brigadas Internacionales, formadas por voluntarios de más de medio centenar de países, la situación empezó a cambiar y a bastante mejor en las filas leales a la causa republicana. En Albacete se creó el Servicio Sanitario Internacional (SSI), bajo la dirección del médico francés Pierre Rouqués, quien posteriormente sería sustituido por el doctor búlgaro Oskar Telde, dedicado desde el primer instante a reorganizar y mejorar el servicio para incrementar su eficiencia, lo que incluyó la puesta en marcha de una Escuela de Enfermeras en la que estas se formaban de manera acelerada con el objeto de incorporarlas inmediatamente al frente o a los Hospitales de Sangre de la retaguardia. El contingente inicial lo formaron una treintena de enfermeras españolas a las que progresivamente se fueron añadiendo profesionales francesas, belgas, polacas, norteamericanas, austriacas, alemanas y de otras nacionalidades, de las que en algunos casos queda memoria gráfica en el espacio dedicado a la sanidad en el Museo de la Batalla del Jarama en Morata de Tajuña, Madrid. Salaria Kea, nacida en Milledgeville, Georgia, y diplomada en enfermería en el Harlem Hospital School of Nursing de Nueva York, se embarcó en el SS Paris junto a otra docena de enfermeras y un grupo de médicos estadounidenses que llegaron a Cataluña atravesando los Pirineos. Parece que su primer destino fue el hospital de sangre instalado en Saelices, Cuenca, y de allí fue siendo reclamada en para realizar su labor en zonas como Murcia y Madrid.
Volviendo a Salaria, se sabe que en alguno de aquellos hispanos periplos conoció al que luego sería su marido, el brigadista irlandés Pat O’Reilly, que en 1938 fue apresada por las tropas sublevadas, pero que consiguió escapar y llegar a Estados Unidos donde no sin esfuerzo acabó por establecerse profesionalmente en hospitales públicos neoyorquinos. Su peripecia vital fue recogida en una autobiografía dictada a James Yates y que se plasmaría en un libro con el título Mississippi to Madrid. Memories of a black american in the Abraham Lincoln Brigade. Reconocimiento sobre manera agradecido, inmenso amor y gloria siempre a todas ellas en su Año Internacional.
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