¿Hasta qué punto hacía falta recuperar nuestros cuentos populares?
El ambiente propio de la tradición oral está casi perdido, porque casi todos los narradores tienen más de 80 años. Había que buscar a personas muy específicas, que supieran muchos cuentos atesorados generación tras generación. Narradores de esos quedan pocos. Hay personas que a lo mejor saben tres o cuatro cuentos, que les contaron en la escuela; de esas hay muchas. Pero quedan pocos que conserven un repertorio amplio. Hubo que buscar con lupa y ha sido un trabajo muy laborioso: hemos recorrido España de arriba abajo.
Los niños ¿han cambiado a los narradores por la tele?
No crea. Hay una oleada de recuperación de la hora del cuento en los colegios, y muchos padres están reaprendiendo a narrar porque han descubierto que el lazo afectivo que crea el cuento es insustituible. Lo que quieren los niños es que se les cuente un cuento. Si se les lee en voz alta, también; pero lo bonito es que se cuente. Así que tengo una cierta esperanza de que esto no se pierda, como se ha perdido en la mayor parte de los países europeos, donde cuesta mucho encontrar a alguien que cuente cuentos tradicionales. No estamos hablando de Disney, ni de Andersen, ni de los Grimm, sino de cuentos propios de tradición vernácula.
¿Hay mucha gente que conoce los cuentos populares españoles?
Los que los conocen son porque, o bien han leído algún libro, como los 'Cuentos al amor de la lumbre', o porque se los han transmitido en el colegio.
Pero los cuentos que se suelen contar en el colegio son los de Grimm, Andersen…
Sí, y son versiones más o menos edulcoradas: adulteradas. Lo que más me molesta es
lo políticamente correcto, que quita la fuerza y el sabor a los cuentos tradicionales.
¿Dónde han quedado los garrotazos de los cuentos infantiles?
Lo uno es violencia, lo otro machismo, lo otro sometimiento, violencia o crueldad. Eso no puede ser en los cuentos tradicionales, porque el cuento tradicional está basado en un conflicto serio, en una intriga y en un final sorprendente. Si el conflicto es verdadero, necesariamente tiene que haber alguna expresión de la realidad o de aquello que el niño espera para comprender el mundo. Porque si todo es blando, perdonable, estupendo y correctísimo, el niño se aburre con los cuentos.
Los niños no son tontos…
No, solamente son niños. Una persona atacaba hace poco ‘Blancanieves’ porque le parecía un modelo de cuento sexista. En las versiones de Grimm, quizá, pero aun así, en su lectura simbólica, 'Blancanieves' no es una esclava ni una mujer sometida, sino el centro de gravedad de su entorno, un intento de ordenar el mundo y el subconsciente, de poner orden en el caos. Las lecturas ideológicas son muy peligrosas, porque acaban siendo doctrinales, y yo temo que algunas feministas talibanes van a empezar echando a 'Blancanieves' la culpa de la violencia y pueden terminar prohibiendo que las niñas jueguen a las casitas. Todo eso me parecen exageraciones que espero que pasen pronto.
Entre los cuentos tradicionales hay algunos que hablan de la muerte, como 'El peral de la tía Miseria' ('Cuentos al amor de la lumbre').
Ese es uno de los grandes cuentos de la tradición. ¿Cómo explicas lo que es la muerte? Con un cuento donde la muerte no existe y todo el mundo sigue envejeciendo y sufriendo: así se comprende la muerte como una necesidad. Si a los niños no se les enseña pronto lo que es la vida, difícilmente van a adaptarse y a socializarse. Después se desengañarán, porque si les hacemos creer que todo es perfecto y maravilloso vamos a crear una generación de bobos, que es lo que ha ocurrido en países donde lo políticamente correcto lleva ya unos años, como Estados Unidos.
¿Eso está pasando aquí?
Yo creo que no. Incluso Estados Unidos ya ha dado la espalda a eso e incluso se ríe de lo políticamente correcto.Por eso espero que sea una moda, como lo de “chicos y chicas”, “lectores y lectoras” y “vosotros y vosotras”: el masculino plural contiene todos los géneros y además no hay discriminación. Pero el feminismo talibán es terrible.
Los cuentos que conocemos no se parecen a los originales: fueron manipulados para inculcar la ideología de cada momento...
Más que para inculcar una ideología, para adaptarlos a la del poder. Es el caso de 'Caperucita'. De todas las versiones que había de ese cuento, en el siglo XVII, se editó la más cruenta, porque a la sociedad elegante de los salones franceses le gustaban especialmente la sangre, los piratas, Barbarroja, etcétera. Y en la misma época había otras versiones de Caperucita que eran escatológicas, un componente que a los niños les gusta mucho. Pero la escatología no era de buen gusto. Así se impuso el modelo que gustaba al poder en la tradición literaria al modelo de la tradición oral.
Entonces, ¿en cuento no es como nos lo han contado?
La versión que conocemos hoy, en la que Caperucita abre la barriga al lobo, es un invento de los hermanos Grimm, un postizo que procedía del cuento de los siete cabritos y se lo colgaron a Caperucita, que no tenía nada que ver. En la versión auténtica no hay crueldad, porque Caperucita se da cuenta, ella sola, razonando, de que quien está en la cama no es su abuela sino el lobo. Y ella sola se libra del lobo y vuelve a casa sana y salva. El otro cuento tiene otros ingredientes: el del hombre que tiene que salvar a la mujer y la huida de la referencia escatológica. Ahí tienes una carga de ideología dominante. Pero en la tradición oral era un cuento de liberación de la mujer por su propia iniciativa.
¿Y qué es peor, la ideología dominante o lo políticamente correcto?
La ideología impone modelos blandos y racionalistas. Si queremos hacer de él un discurso racionalista, el cuento morirá. De hecho, muchos maestros dicen que los libros que les ofrecen algunas editoriales cuentan bobadas que a los niños no les importan.
¿Qué hace falta para ser un buen narrador oral?
Eso es muy misterioso. Un narrador no es un actor y tiene que tener una cierta dosis, mínima, de orador. El narrador tradicional era una persona que había asumido el rol de transmitir la tradición. Tenía memoria, porque se le daba bien, porque se comunicaba bien con los niños y las personas de todas las edades: los cuentos no son solo para los niños. El narrador era lo que llaman los folcloristas un “portavoz de folclore”, una persona que conserva los mitos en una comunidad y, no se sabe por qué, guarda muchos cuentos, le gustan y los cuenta. No hay más: lo hace con toda naturalidad y nunca por dinero. Los cuentacuentos son otra cosa. Si los cuentacuentos cuentan cuentos tradicionales me parece muy bien, porque es una forma de que no se pierdan, pero el narrador oral es otra cosa.
Pero algo tienen que tener…
El don natural de la comunicación y, sobre todo, la memoria. Esto es importante porque los cuentos tradicionales son muy largos y, si tienes en la cabeza más de diez o doce puedes acabar mezclándolos, algo que sucede con frecuencia. A lo largo de los años, unos cuentos contaminan a otros sin que el público ni el narrador se den cuenta. Y eso supone cambiar de raíz. 'Blancaflor' es un cuento y 'La serpiente de siete cabezas' es otro, por mucho que en ambos aparezca el Castillo de Irás y No Volverás.
Los cuentos tradicionales tienen cierta dosis de violencia.
Es que eso entra dentro de la lógica de la fantasía. Lo que no puedo hacer es perdonar a la bruja y decirle que sea buena la próxima vez, porque entonces el cuento se viene abajo. A la bruja hay que castigarla. Lo contrario son modas ideológicas que revisten bastante peligro. Si un cuento popular se somete a lo políticamente correcto, casi no podría ni empezar: después de "Había una vez un rey y una reina", todo estaría censurado. Por lo general, en estos cuentos, la princesa, que suele ser hija única, es un poco mema. Y no se va a casar con el príncipe que le han asignado, sino que terminará haciéndolo con un pastor o con una persona de rango inferior. Ahí hay mensajes de todas clases. Pero es que ahora no se puede decir ni “tonta”. Uno de los cuentos de la Media Lunita habla sobre “el tonto de mi pueblo” y los críos se mueren de risa. ¿O es que ya no hay tontos?
Los cuentos, entonces, ¿deben enseñar a afrontar la realidad?
El cuento transmite a nivel simbólico el concepto de iniciación: para evitar la crueldad real de los ritos de iniciación, estos se transfirieron a los cuentos maravillosos. Los niños necesitan tener una imagen operativa del mundo cuanto antes. Ahí está el Gallo Kirico, que se manchó el pico de caca de vaca, pero después prosperó la versión en que la caca era barro para evitar el componente escatológico.
¿Qué otras manipulaciones se hacen ahora?
Cierta organización sindical propone una nueva versión de los cuentos de princesas que reza así: “La princesa le dijo al príncipe: ‘No necesito que me liberes de nada. Vente conmigo en la moto, que te voy a enseñar la Muralla China’”. ¿Y? ¿Eso es el cuento? Es una bobada de tal calibre que trata a los niños como si fueran imbéciles.
La tradición española habla de seres maravillosos como los ojáncanos o los ojancos. ¿De dónde proceden estos mitos?
Son de origen indoeuropeo. Las 'tres naranjas del amor' o 'Juan el Oso' están en todos los países, aunque cada uno de ellos lo adapta a sus peculiaridades. España, Juan el Oso, en el fondo del pozo, se enfrenta a una serpiente, a un toro bravo y al demonio; pero en Francia, por ejemplo, se trata de un dragón. Sin embargo, en lo esencial, el cuento sigue siendo el mismo.
¿Conocen los niños a la heroína Blancaflor?
Es un cuento importantísimo. Pero 'Blancaflor, la hija del diablo' no prospera como relato porque ha tenido un hijo sin casarse, con el príncipe, antes de volver al castillo con él. Pero, según la trama, si no hay hijo, no hay cuento, y si no es antes del matrimonio, tampoco; así que el cuento casi desapareció. Hoy muchos escritores se autocensuran para poder publicar; sin embargo, yo tuve mucha suerte con el editor de Anaya que había a principios de los 80 y el tiempo le ha dado la razón: aún hoy se siguen reeditando todos los años los 'Cuentos al amor de la lumbre' y los 'Cuentos de la Media Lunita'. Y cuando los profesores los leen, me dicen: "Estos son los cuentos de verdad".